viernes, 9 de septiembre de 2016

Perseverancia de los Santos



           De acuerdo a lo comentado en el punto anterior, hay una diferencia entre la regeneración, y el nuevo nacimiento, y conforme esa comparación podría afirmar que los que son generados por Dios, y nacidos de nuevo por la obra del Espíritu Santo, y por tanto Sellados, éstos y solo éstos, no perderán la salvación.

           Ahora, ¿cómo podemos saber si somos realmente salvos? ¿Cómo saber se hubo un arrepentimiento genuino de corazón? ¿Cómo saber si realmente hubo una conversión? Creo que la mayor parte de los creyentes ya tienen las respuestas a éstas preguntas, por lo tanto no me extenderé más de lo necesario. Solamente haré algunas observaciones sobre la convicción, conversión, arrepentimiento, etc.

           Como vimos en el punto anterior, es el Espíritu Santo por medio de su gracia resistible quien nos llama, nos convence de pecado, y nos revela la necesidad de su obra en nuestras vidas para que alcancemos el don de la salvación. Para los que aceptamos la necesidad del Salvador por la fe, y nuestra incapacidad de salvarnos por nuestras propias fuerzas, somos hechos entonces nuevas criaturas y escogidos por Dios. «(elegidos)…según la previsión (gr. prognosis = presciencia) de Dios el Padre, mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su sangre…»  (1 Pedro 1:2).

           Jacobo Arminio escribió sobre la cuestión de la seguridad de la salvación: «Yo nunca he enseñado que un auténtico creyente pueda total o finalmente apostatar de la fe y perecer, pero no niego que según me parece, hay pasajes en las Escrituras que presentan este aspecto” (Works, 1:254). En otras palabras, él mismo no tenía certeza que un verdadero creyente pueda perder la salvación. Por tanto él no afirmaba que el creyente pude perder la salvación, a diferencia de lo que enseñan los metodistas wesleyanos.

           Ahora, veamos algunos elementos con los que podremos responder a las preguntas hechas anteriormente. Y para comenzar podemos decir que la única prueba convincente de que un pecador ha sido justificado, es salvo, ha pasado de la muerte para vida, consiste en la santidad de vida. Una fe que no da fruto de buenas obras no es una fe genuina. Ryrie escribe al respecto: «lo que somos en Cristo será visto en lo que somos ante los hombres». El Espíritu Santo obra en la vida del convertido, efectuando una regeneración espiritual, psicológica e moral.

                 a)    Espiritual, por la recepción del Espíritu Santo, que impulsa nuestro espíritu a un sentido contrario al anterior.
                 b)    Psicológico, porque nuestra psique recibe nuevo poder y nueva orientación. El hombre tenía anteriormente el poder de amar, pero era direccionado a sí mismo, pero ahora es direccionado hacia Dios y al prójimo como a sí mismo o hasta más que a sí mismo. En relación al pecado, teníamos antes el conocimiento del pecado por la ley, pero no el poder de poner freno al pecado, después de la regeneración, podemos vencer o pecado con el poder del Espíritu Santo.
                 c)    Moral, porque con la nueva naturaleza, el Espíritu Santo crea nuevos hábitos, nuevas costumbres en el sentido de discernir y actuar, estas costumbres son adquiridas por medio de la repetición de actos de virtud bajo la dirección del Espíritu Santo conforme a la voluntad de Dios.

             Sin embargo debemos diferenciar entre la conversión y convicción.

             En relación a la convicción, en Juan 16:8-11, Jesús prometió que después del Pentecostés el Espíritu Santo convencería al mundo de pecado, de justicia, y de juicio. Sabemos que la convicción no es lo mismo que conversión. La convicción consiste en convencer o refutar a un oponente de manera que pueda ver el asunto en discusión con claridad, sea que acepte o rechace la evidencia. Ésta idea puede ser compleja, pues implica los conceptos de un examen autorizado, de una prueba incontestable, de un juicio decisivo, y de poder punitivo. Sea cual sea la cuestión final, quien convence al otro pone la verdad del caso en discusión, como una clara luz delante de él, de manera que tenga que verla y reconocerla como verdad. Quien rechaza entonces la conclusión que viene junto con la exposición, la rechaza, con los ojos abiertos y asumiendo cualquier riesgo. Un ejemplo de esto puede estar en Mateo 18:15. El hombre reprendido o convencido puede aceptar la evidencia y arrepentirse, o no arrepentirse, lo que resultaría entonces en más confronto. La convicción ofrece pruebas, pero no garantiza que la verdad sea aceptada, lo cual es necesario para la conversión. Un orden lógico es; el hombre debe ver su estado de pecado, tener la prueba de la justicia que Cristo provee, y que le sea recordado que si rechaza el aceptar al Salvador, enfrentará una condenación segura. 

             La Conversión Wayne Grudem la define de la siguiente forma: «La conversión es nuestra respuesta al llamado del Evangelio, en la cual nos arrepentimos con sinceridad de nuestros pecados y ponemos nuestra confianza en Cristo para salvación».

             La conversión es básicamente un giro de 180º en la vida del pecador arrepentido en su relacionamiento con Dios, pero como vimos en el punto anterior, éste acto no nace de la voluntad del hombre, pues es Dios por medio de su Espíritu Santo quien abre nuestros ojos a la necesidad de salvación. D.G. Bloesch escribió: «La conversión es la señal, pero no la condición, de nuestra justificación, cuya única fuente es la libre e incondicional gracia de Dios».

              La conversión puede ser considerada como una decisión radical de seguir los pasos de Cristo (1 Pedro 2:21), sin olvidar que éste «seguir» tiene en la mayor parte de los casos altos y bajos. Hasta Pedro tuvo que  «convertirse» (gr. Epistrépsas), no a la fe, sino a la  comunión con Cristo (Lucas 22:32), por haber seguido al Maestro de lejos (Lucas 22:54) 

             Tenemos también aquello que se refiere al arrepentimiento, sin olvidar que la verdadera naturaleza del arrepentimiento, que es, una sincera mudanza de mentalidad, obrada por la convicción del Espíritu Santo, seguida por un cambio radical de conducta, como mencionado anteriormente. Y creo necesario también mencionar que el arrepentimiento verdadero, no consiste en un dolor en el corazón, o en sentimentalismos que se expresan emocionalmente como gemidos, lágrimas, ansiedad, angustia, etc. esto puede ser solamente algo periférico, temperamental, y muchas veces algo engañoso para el  sujeto mismo.

             Ahora entrando de lleno en el punto de la Perseverancia de los Santos, creo que no tenga que discordar de una forma drástica, conforme escribí al comienzo de este punto. De manera que haré sólo algunos esclarecimientos. Por ejemplo, en vez de utilizar el título de «perseverancia de los santos», hablare de la «seguridad de la salvación».
Esto porque el término utilizado por los calvinistas (perseverancia de los santos) parece tener como centro el creyente, pues es el creyente quien persevera, aunque sea por el decreto o poder de Dios. En cuanto a que la seguridad de la salvación se centra en Dios, es Dios quien asegura nuestra salvación.

            Dicho esto, haré una distinción entre la seguridad y la certeza. La seguridad es algo objetivo, que está en las manos de Dios (Juan 10:28-29) y jamás se perderá; en tanto que la certeza es algo subjetivo, que está en la mente del creyente (1 Juan 3:19-21) y se puede obscurecer, sea por la carnalidad o por una frágil consciencia, en este caso lo que se puede perder es el «gozo de la salvación» (Salmos 51:12), pero no se puede perder la salvación.

             La certeza es básicamente el entendimiento que uno tiene de la vida eterna. La falta de esta certeza muchas veces genera un trauma desnecesario, y terrible en la vida de una persona. Podemos identificar por lo menos cuatro motivos. (1) hay quien dude de la realidad de su entrega a Cristo. A veces esto puede estar conectado con la imposibilidad de determinar el momento en que recibió a Cristo. La regeneración acontece en un punto específico en el tiempo. Las personas o están salvas o están perdidas en cualquier momento determinado. Nadie se convierte gradualmente. Aunque todos avanzamos gradualmente en nuestra comprensión de la conversión. Así, en cuanto a los ojos de Dios y en nuestra experiencia hubo un punto en el tiempo cuando fuimos salvos, en nuestra memoria o entendimiento puede que no podamos especificarlo. (2) Algunos no tienen la certeza porque dudan si el procedimiento que utilizaron cuando expresaron su fe en Cristo fue el correcto. Como «yo fui al frente cuando hicieron el apelo. ¿Esto es suficiente, o necesito hacer algún tipo de exposición pública?». (3) Si no cree en la seguridad del creyente, entonces sin dudas faltará la certeza más de una vez en su vida. (4) Cuando el pecado entra en la vida del creyente, especialmente un pecado «serio», entonces la duda acompaña tal experiencia. La seguridad no otorga ningún tipo de permiso para pecar, pero para tener la certeza necesitamos entender que los cristianos pecan, y que el pecado no hace con que perdamos la salvación. La experiencia normal cristiana nunca incluye una erradicación del pecado, porque «Todos fallamos mucho» (Santiago 3:2). Esto en ningún modo es motivo o un permiso para pecar, porque el cristiano debe crecer en santidad. 

             Tenemos diversos textos en la Biblia que sustentan la seguridad de la salvación, y como en este punto no hay discordancia, sólo citare algunos textos que confirman lo antes dicho (Juan 10:27-30; Romanos 8:38-39; Romanos 11:29; Filipenses 1:6; 2 Tesalonicenses 3:3; 2 Timoteo 1:12; Romanos 8:1, etc.).

            Para concluir encontramos en la Biblia que fuimos sellados, y creo que éste «sello» es obra de la santísima trinidad, de mano del Espíritu Santo. Por lo que podríamos decir que este «sello» es protección del Padre (Apocalipsis 7:2-4), es posesión del Hijo (Cantares 8:4), provisión del Espíritu y garantía de seguridad (Efesios 1:14; 4.30.b).