sábado, 5 de mayo de 2018

2 Timotéo 3:16


    Leemos en la Biblia que “El cielo y tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”. El autor de estas palabras no es nada más ni nada menos que el propio Jesús. Como cristianos estamos conscientes de que existe una eternidad, que hay una vida eterna que transciende los tiempos, pero, creo que la mayor parte de nosotros no consigue ni imaginar lo que eso significa, porque desde que tenemos consciencia de nuestra existencia, nos vemos limitados a las horas, días y años. Y al pasar las horas, días y años todo sufre cambios; en el ámbito biológico, todos envejecemos, los árboles y las plantas crecen; en el ámbito tecnológico, ni hablar, cada día somos sorprendidos con nuevas tecnologías, astronómicamente, inclusive el universo está en continua expansión. Nada es estático. Sin embargo, el Señor Jesús dice que sus palabras no pasarán.

       En un mundo cambiante, o en ese estado de continuos cambios, la sociedad parece tener esa necesidad de cambiar, y ese deseo de cambiar junto a los efectos de una humanidad caída resulta en una afronta a los principios divinos. El mundo entero habla de cambios, cambios en la familia, cambios en la educación, cambios en los diferentes tipos de relacionamientos interpersonales. Se habla tanto de cambios, que, si uno trata de mantener o sustentar formas ya establecidas, es tachado de anticuado. Entonces, tenemos una sociedad “Atea”, que busca estar en continuos cambios, y cristianos fieles que quieren mantener una correcta tradición cristiana. Y cuando hablo de tradición cristiana, no estoy hablando de tradicionalismo cristiano, que son cosas muy distintas. El apóstol Pablo escribe en 1 Co. 15.3 que aquello que él recibió es lo que transmitió a los hermanos de Corinto, es a eso a lo que me refiero cuando hablo de tradición. Ahora podemos preguntarnos; ¿Cómo mantener una correcta tradición cristiana, en un mundo de constantes cambios? ¿Cuál es el papel de un cristiano dentro de una sociedad que cada día establece nuevos parámetros y padrones de conducta?

     En el Evangelio de Mateo 24:35, el Señor Jesús les dice a sus discípulos que las palabras que ha dicho no pasarán, y Jesús siendo Dios, no está hablando solamente de las palabras que sus discípulos pudieron oír, sino, de toda la palabra que ha salido de la boca de Dios desde el principio, es por eso que Pablo al escribirle a Timoteo le dice que “Toda Escritura es inspirada por Dios”, y ese inspirado, en realidad debería ser exhalado de Dios, pues habla del aliento de Dios, algo que sale de dentro. De manera que las palabras escritas en este libro deben ser nuestra única regla de fe y de conducta. Son estas palabras atemporales, que no están sujetas a cambios, son estas las palabras que jamás pasarán, y son esas palabras que deben guiar nuestra vida, porque son estas palabras registradas, que nos enseñan, redarguyen, corrigen, e instruyen en toda justicia, para ser perfectos delante de Dios, y estar preparados para toda buena obra.
    Así, esta palabra de Dios eterna e inmutable tiene un efecto vertical, a través de ella, nos perfeccionamos para Dios, pero también tiene un efecto horizontal. El versículo 2 del capítulo 4, repite dos palabras del 3:16, redargüir y reprender, pero esta vez no están aplicadas a aquellos que no conocen la verdad. "Redargüir" aquí tiene el sentido de presentar una defensa contundente a un determinado contrincante al punto de avergonzarlo, y "Corregir", tiene el sentido de mostrar un camino recto entre dos cosas.

    
   ¿Cómo mantener una correcta tradición cristiana, en un mundo de constantes cambios?
Conociendo la palabra de Dios

    ¿Cuál es el papel de un cristiano dentro de una sociedad que cada día establece nuevos parámetros y padrones de conducta?
   A esta pregunta respondo con aquello que Jesús les dijo a sus discípulos, y Mateo registró en su Evangelio en el capítulo 15:13-14. “vosotros sois la sal de la tierra…vosotros sois la luz del mundo” la sal conserva, no restaura, y para conservar en una sociedad de constantes cambios, es necesario conocimiento de las verdades y principios divinos. Pero también somos “Luz” y la función de la luz aquí no es deshacer las tinieblas, sino, señalar el camino, como un farol, por eso dice que la luz no debe esconderse, si no “alumbrar…delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo”
    Para terminar, quiero quedarme con la imagen de la luz a la cual Jesús se refería. La luz en los tiempos de Jesús consistía en lámparas con mechas encendidas cuyo combustible era el aceite. Usted debe saber que en el contexto bíblico el aceite muchas veces representa al Espíritu Santo, de manera que, para permanecer firmes en nuestra fe, en medio de un mundo de constantes cambios, necesitamos del conocimiento de la Palabra de Dios y de la unción del Espíritu Santo.


viernes, 9 de septiembre de 2016

Perseverancia de los Santos



           De acuerdo a lo comentado en el punto anterior, hay una diferencia entre la regeneración, y el nuevo nacimiento, y conforme esa comparación podría afirmar que los que son generados por Dios, y nacidos de nuevo por la obra del Espíritu Santo, y por tanto Sellados, éstos y solo éstos, no perderán la salvación.

           Ahora, ¿cómo podemos saber si somos realmente salvos? ¿Cómo saber se hubo un arrepentimiento genuino de corazón? ¿Cómo saber si realmente hubo una conversión? Creo que la mayor parte de los creyentes ya tienen las respuestas a éstas preguntas, por lo tanto no me extenderé más de lo necesario. Solamente haré algunas observaciones sobre la convicción, conversión, arrepentimiento, etc.

           Como vimos en el punto anterior, es el Espíritu Santo por medio de su gracia resistible quien nos llama, nos convence de pecado, y nos revela la necesidad de su obra en nuestras vidas para que alcancemos el don de la salvación. Para los que aceptamos la necesidad del Salvador por la fe, y nuestra incapacidad de salvarnos por nuestras propias fuerzas, somos hechos entonces nuevas criaturas y escogidos por Dios. «(elegidos)…según la previsión (gr. prognosis = presciencia) de Dios el Padre, mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su sangre…»  (1 Pedro 1:2).

           Jacobo Arminio escribió sobre la cuestión de la seguridad de la salvación: «Yo nunca he enseñado que un auténtico creyente pueda total o finalmente apostatar de la fe y perecer, pero no niego que según me parece, hay pasajes en las Escrituras que presentan este aspecto” (Works, 1:254). En otras palabras, él mismo no tenía certeza que un verdadero creyente pueda perder la salvación. Por tanto él no afirmaba que el creyente pude perder la salvación, a diferencia de lo que enseñan los metodistas wesleyanos.

           Ahora, veamos algunos elementos con los que podremos responder a las preguntas hechas anteriormente. Y para comenzar podemos decir que la única prueba convincente de que un pecador ha sido justificado, es salvo, ha pasado de la muerte para vida, consiste en la santidad de vida. Una fe que no da fruto de buenas obras no es una fe genuina. Ryrie escribe al respecto: «lo que somos en Cristo será visto en lo que somos ante los hombres». El Espíritu Santo obra en la vida del convertido, efectuando una regeneración espiritual, psicológica e moral.

                 a)    Espiritual, por la recepción del Espíritu Santo, que impulsa nuestro espíritu a un sentido contrario al anterior.
                 b)    Psicológico, porque nuestra psique recibe nuevo poder y nueva orientación. El hombre tenía anteriormente el poder de amar, pero era direccionado a sí mismo, pero ahora es direccionado hacia Dios y al prójimo como a sí mismo o hasta más que a sí mismo. En relación al pecado, teníamos antes el conocimiento del pecado por la ley, pero no el poder de poner freno al pecado, después de la regeneración, podemos vencer o pecado con el poder del Espíritu Santo.
                 c)    Moral, porque con la nueva naturaleza, el Espíritu Santo crea nuevos hábitos, nuevas costumbres en el sentido de discernir y actuar, estas costumbres son adquiridas por medio de la repetición de actos de virtud bajo la dirección del Espíritu Santo conforme a la voluntad de Dios.

             Sin embargo debemos diferenciar entre la conversión y convicción.

             En relación a la convicción, en Juan 16:8-11, Jesús prometió que después del Pentecostés el Espíritu Santo convencería al mundo de pecado, de justicia, y de juicio. Sabemos que la convicción no es lo mismo que conversión. La convicción consiste en convencer o refutar a un oponente de manera que pueda ver el asunto en discusión con claridad, sea que acepte o rechace la evidencia. Ésta idea puede ser compleja, pues implica los conceptos de un examen autorizado, de una prueba incontestable, de un juicio decisivo, y de poder punitivo. Sea cual sea la cuestión final, quien convence al otro pone la verdad del caso en discusión, como una clara luz delante de él, de manera que tenga que verla y reconocerla como verdad. Quien rechaza entonces la conclusión que viene junto con la exposición, la rechaza, con los ojos abiertos y asumiendo cualquier riesgo. Un ejemplo de esto puede estar en Mateo 18:15. El hombre reprendido o convencido puede aceptar la evidencia y arrepentirse, o no arrepentirse, lo que resultaría entonces en más confronto. La convicción ofrece pruebas, pero no garantiza que la verdad sea aceptada, lo cual es necesario para la conversión. Un orden lógico es; el hombre debe ver su estado de pecado, tener la prueba de la justicia que Cristo provee, y que le sea recordado que si rechaza el aceptar al Salvador, enfrentará una condenación segura. 

             La Conversión Wayne Grudem la define de la siguiente forma: «La conversión es nuestra respuesta al llamado del Evangelio, en la cual nos arrepentimos con sinceridad de nuestros pecados y ponemos nuestra confianza en Cristo para salvación».

             La conversión es básicamente un giro de 180º en la vida del pecador arrepentido en su relacionamiento con Dios, pero como vimos en el punto anterior, éste acto no nace de la voluntad del hombre, pues es Dios por medio de su Espíritu Santo quien abre nuestros ojos a la necesidad de salvación. D.G. Bloesch escribió: «La conversión es la señal, pero no la condición, de nuestra justificación, cuya única fuente es la libre e incondicional gracia de Dios».

              La conversión puede ser considerada como una decisión radical de seguir los pasos de Cristo (1 Pedro 2:21), sin olvidar que éste «seguir» tiene en la mayor parte de los casos altos y bajos. Hasta Pedro tuvo que  «convertirse» (gr. Epistrépsas), no a la fe, sino a la  comunión con Cristo (Lucas 22:32), por haber seguido al Maestro de lejos (Lucas 22:54) 

             Tenemos también aquello que se refiere al arrepentimiento, sin olvidar que la verdadera naturaleza del arrepentimiento, que es, una sincera mudanza de mentalidad, obrada por la convicción del Espíritu Santo, seguida por un cambio radical de conducta, como mencionado anteriormente. Y creo necesario también mencionar que el arrepentimiento verdadero, no consiste en un dolor en el corazón, o en sentimentalismos que se expresan emocionalmente como gemidos, lágrimas, ansiedad, angustia, etc. esto puede ser solamente algo periférico, temperamental, y muchas veces algo engañoso para el  sujeto mismo.

             Ahora entrando de lleno en el punto de la Perseverancia de los Santos, creo que no tenga que discordar de una forma drástica, conforme escribí al comienzo de este punto. De manera que haré sólo algunos esclarecimientos. Por ejemplo, en vez de utilizar el título de «perseverancia de los santos», hablare de la «seguridad de la salvación».
Esto porque el término utilizado por los calvinistas (perseverancia de los santos) parece tener como centro el creyente, pues es el creyente quien persevera, aunque sea por el decreto o poder de Dios. En cuanto a que la seguridad de la salvación se centra en Dios, es Dios quien asegura nuestra salvación.

            Dicho esto, haré una distinción entre la seguridad y la certeza. La seguridad es algo objetivo, que está en las manos de Dios (Juan 10:28-29) y jamás se perderá; en tanto que la certeza es algo subjetivo, que está en la mente del creyente (1 Juan 3:19-21) y se puede obscurecer, sea por la carnalidad o por una frágil consciencia, en este caso lo que se puede perder es el «gozo de la salvación» (Salmos 51:12), pero no se puede perder la salvación.

             La certeza es básicamente el entendimiento que uno tiene de la vida eterna. La falta de esta certeza muchas veces genera un trauma desnecesario, y terrible en la vida de una persona. Podemos identificar por lo menos cuatro motivos. (1) hay quien dude de la realidad de su entrega a Cristo. A veces esto puede estar conectado con la imposibilidad de determinar el momento en que recibió a Cristo. La regeneración acontece en un punto específico en el tiempo. Las personas o están salvas o están perdidas en cualquier momento determinado. Nadie se convierte gradualmente. Aunque todos avanzamos gradualmente en nuestra comprensión de la conversión. Así, en cuanto a los ojos de Dios y en nuestra experiencia hubo un punto en el tiempo cuando fuimos salvos, en nuestra memoria o entendimiento puede que no podamos especificarlo. (2) Algunos no tienen la certeza porque dudan si el procedimiento que utilizaron cuando expresaron su fe en Cristo fue el correcto. Como «yo fui al frente cuando hicieron el apelo. ¿Esto es suficiente, o necesito hacer algún tipo de exposición pública?». (3) Si no cree en la seguridad del creyente, entonces sin dudas faltará la certeza más de una vez en su vida. (4) Cuando el pecado entra en la vida del creyente, especialmente un pecado «serio», entonces la duda acompaña tal experiencia. La seguridad no otorga ningún tipo de permiso para pecar, pero para tener la certeza necesitamos entender que los cristianos pecan, y que el pecado no hace con que perdamos la salvación. La experiencia normal cristiana nunca incluye una erradicación del pecado, porque «Todos fallamos mucho» (Santiago 3:2). Esto en ningún modo es motivo o un permiso para pecar, porque el cristiano debe crecer en santidad. 

             Tenemos diversos textos en la Biblia que sustentan la seguridad de la salvación, y como en este punto no hay discordancia, sólo citare algunos textos que confirman lo antes dicho (Juan 10:27-30; Romanos 8:38-39; Romanos 11:29; Filipenses 1:6; 2 Tesalonicenses 3:3; 2 Timoteo 1:12; Romanos 8:1, etc.).

            Para concluir encontramos en la Biblia que fuimos sellados, y creo que éste «sello» es obra de la santísima trinidad, de mano del Espíritu Santo. Por lo que podríamos decir que este «sello» es protección del Padre (Apocalipsis 7:2-4), es posesión del Hijo (Cantares 8:4), provisión del Espíritu y garantía de seguridad (Efesios 1:14; 4.30.b).
 


Gracia Irresistible



         Según lo que hasta aquí he escrito, es fácil percibir que mi posición sobre la gracia irresistible también se contrapone al punto de vista calvinista. Aunque haya algunos puntos de concordancia. Como por ejemplo, lo que escribe el autor del libro «Os Cinco Pontos do Calvinismo» en la página 52. «El Espíritu Santo aplica en nosotros la obra redentora de Cristo. Él actúa en los corazones de los pecadores y los lleva a recibir a Jesús como Salvador y Señor».

Probablemente éste sea el punto más extenso, pues las diferencias en relación a la gracia irresistible y gracia resistible pueden ser sutiles, y estar sujetas a pequeños detalles, por ejemplo, podría afirmar que tanto la gracia irresistible del punto de vista calvinista y la gracia resistible (cuando no es resistida) se torna una gracia eficaz. La cuestión de la diferencia entre uno u otro son resultado del orden secuencial que envuelve todo lo necesario para que la gracia sea verdaderamente eficaz. En libro mencionado anteriormente, en la página 52, el autor presenta un orden secuencial, donde primeramente hay una «elección», luego un «llamado», y finalmente una «justificación». En el libro mencionado el autor describe las obras efectuadas por el Espíritu Santo en cuatro partes, (1) Llamado eficaz, (2) Regeneración, (3) Conversión (arrepentimiento y fe), (4) santificación. Yo por mi parte no estableceré un orden secuencial de los decretos, sino un orden entre un u otro elemento que envuelve la gracia, pues al fin y acabo Charles Ryrie, escribió acertadamente sobre la cuestión de los decretos: «la cuestión del orden de los decretos (...) en realidad contribuye poco o nada». Haré entonces mis observaciones de algunos elementos que envuelven la cuestión de la gracia. Como la fe, arrepentimiento, justificación y regeneración, etc.

Primeramente, en relación a la fe y la regeneración podemos ver claramente la cuestión de un orden secuencial. Ryrie escribe: «En la declaración reformada del “ordo salutis”, la regeneración antecede a la fe, porque, un pecador debe recibir nueva vida para poder creer. En cuanto se admite que esto sea declarado solamente como un orden lógico, no es sabio insistir aún en esto; porque se podría decir que si un pecador tiene nueva vida por medio de la regeneración, ¿por qué precisa creer? Claro, no puede haber ningún orden cronológico; tanto la regeneración como la fe, deben acontecer al mismo tiempo. Indiscutiblemente, la fe también es parte del conjunto total de beneficios de la salvación que es la dadiva de Deus (Efesios 2:9); sin embargo, es demandada fe a fin de ser salvo (Hechos 16:31). Éstas dos afirmaciones son correctas».

Dicho esto, veamos brevemente las cuestiones referentes a la justificación y regeneración.

Como vimos en los puntos anteriores, hay una necesidad de justificación del hombre frente a Dios. Conforme a lo que vimos en el punto 1 sobre la depravación total del hombre. Toda la humanidad se tornó culpable e incapaz de cumplir por sí misma la Justicia de Dios, que demanda Santidad y obediencia. Y como vimos también en el punto 3 sobre la expiación limitada, Jesús se entregó a sí mismo como sacrificio para saciar la Justicia de Dios, y darle la posibilidad al hombre de ser justificado por medio de Cristo delante de Dios. Y quien hace posible todo esto es el Espíritu Santo. Es por medio de él que Dios nos llama, nos vivifica, nos engendra espiritualmente y nos hace nueva criatura.

En tanto, aunque la humanidad tenga una justificación legal por medio de la expiación de Cristo, la sola justificación no cambia la naturaleza del pecador. Y sabemos que sin un cambio en la naturaleza, y por tanto sin santidad interior, nadie puede ver al Señor. (Hebreos 12:14). El cambio en la naturaleza del pecador se efectúa por medio de la regeneración. Conforme lo expresa Jesús en Juan 3:3,5. Sin el «nuevo nacimiento», nadie puede ver el reino de Dios ni entrar en él. Y, si la fe contempla una «iluminación de los ojos» (Efesios 1:18) interiores tanto de la mente como del corazón, surge inevitablemente la pregunta: ¿qué es primero, la justificación o la regeneración?

El concepto bíblico de regeneración consiste en una nueva «generación», una creación interior, por la acción soberana del Espíritu Santo, con el fin de renovar, sobrenaturalmente, por medio de la gracia al hombre que se encuentra en un estado de pecado y muerto espiritualmente. Esto trae consigo una nueva naturaleza, como dice en 2 Pedro 1:4, una «naturaleza divina». Lo que nos une a Cristo conforme Juan 15:1-5, adquiriendo así una dimensión cristológica, como escribe el autor de Corintios, «Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación.» (2 Corintios 5:17). Y a esto Santiago agrega el detalle de que «Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad» (Santiago 1:18).

En cuanto a la justificación, Wayne Grudem la define así: «es un acto legal, instantáneo, de Dios por el cual (1) piensa de nuestros pecados como perdonados, y de la justicia de Cristo como perteneciente a nosotros, y (2) nos declara como justos a sus ojos». Como dije anteriormente la justificación legal por sí sola, no vuelve al impío libre de pecado, esto porque la justificación del impío es por parte de Dios un acto no causativo. O sea, Dios nos declara justos, pero no nos hace justos por medio de esta declaración.

¿Cómo puede Dios hacer esto sin contravenir lo dispuesto en Deuteronomio 25:1 y Proverbios 17:15? Pues bien, aquí habla de la justicia humana, donde el juez, solo puede declarar justo a un inocente, no a un malhechor. Pero en la justificación divina, hay una situación diferente, pues hay una substitución. 2 Corintios 5:21 «Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios». 

Volvamos a la pregunta:

¿Qué es primero, la regeneración o la justificación?

Según el punto de vista calvinista, la regeneración y el nuevo nacimiento anteceden la justificación. Para ellos la gracia puede ser común, entendiendo lo que Pablo describe en Romanos 1:19 «…lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues él mismo se lo ha revelado». Siendo ésta también especial, sobrenatural, e irresistible.

Según los arminianos, la justificación antecede la regeneración, pues el pecador se justifica por la fe, y esa es la fe que le une a Cristo para obtener de él una vida nueva, regenerada mediante el ministerio del Espíritu Santo. No hay gracia irresistible. Toda gracia es suficiente, llegando a ser eficaz por la cooperación del libre albedrio, el cual no va en contra de la soberanía de Dios, pues la presciencia de Dios va por delante de cualquier decisión de la libertad humana. Romanos 10:9-13 «que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo. Así dice la Escritura: “Todo el que confíe en él no será jamás defraudado.” No hay diferencia entre judíos y gentiles, pues el mismo Señor es Señor de todos y bendice abundantemente a cuantos lo invocan, porque “todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”».

Yo por mi parte asumo una posición semejante a la del «amiraldianismo» como es presentado por Francisco Lacueva, «es de todo punto de vista, necesario diferenciar entre la regeneración y el nuevo nacimiento, de la misma forma en que se diferencia la concepción del feto de su posterior parto» Curiosamente la posición armiraldiana se basa en la mayor parte de los textos bíblicos que son usados por los calvinistas como también los utilizados por los arminianos, pero son vistos en un contexto amplio de la palabra de Dios, en una perspectiva diferente. (Francisco Lacueva deja claro que la mayor parte de los amiraldianos asume la misma posición de Calvino).

Entonces en base a mi posición, mostrare bíblicamente la diferencia entre regeneración y nuevo nacimiento. Todos conocemos bien la parábola del sembrador (Lucas 8). Pues bien, veamos; la semilla (que es la palabra de Dios), es frustrada por tres clases de enemigos: (a) la superficialidad (v12); (b) la emoción pasajera (v13) y (c) la atracción del mundo en sus tres formas: poder, dinero y placer (v14). Sólo los del versículo 15 alcanzan la salvación.

Comparando la parábola con la ilustración de la concepción y el parto, vemos que los del versículo 12 ni si quiera hay concepción, ya que la semilla quedo a la orilla del camino, o sea, en la superficie. En los versículos 13 y 14, hubo concepción, pues la semilla penetró, en el versículo 13 crecen, pero no están enraizadas, donde el feto no alcanza a desenvolverse, en el versículo 14, el feto consigue desenvolverse con dificultad, mas, al final también muere. Podemos entender claramente que la intención del sembrador fue en todo momento buena. Lo que nos recuerda la buena intención de nuestro Dios conforme a lo que escribe Pablo a Timoteo, «pues él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad». (1 Timoteo 2:4). El sembrador quería básicamente, sembrar y segar abundantemente. El suelo no hizo nada en favor de la semilla, solamente se limitaba a recibirla; pero por otro lado, pudo hacer algo en contra de la semilla: obstaculizarla.

Y esto es precisamente lo que hacen los que se salvan y los que se condenan: de acuerdo con efesios 2:8, los que se salvan, es porque Dios los salvo con su gracia, y los que se condenan, es porque resisten obstinadamente a la gracia de Dios. Y en esto Dios no pierde nada de su soberanía, ya que es él quien toma siempre la iniciativa, y porque él es poderoso para quebrar cualquier resistencia, aunque, por sus justos juicios, muchas veces prefiere no quebrantarla para un mayor castigo del pecador.

Otra ilustración que podemos utilizar para aclarar mejor ésta cuestión, es el dormir y el despertar, haciendo un paralelo con Efesios 5:14 «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo». Es por su amorosa iniciativa, que Dios envió a su Hijo al mundo para dar vida espiritual comenzando por una iluminación, que el Espíritu Santo aplica a los ojos internos del hombre (Efesios 1:18). Pero el pecador, aun siendo iluminado por esa luz, que se ofrece a todo hombre (Juan 1:9), puede cerrar voluntariamente sus ojos a la luz (Juan 1:5, 10-11) y poner  resistencia al Espíritu Santo (Hechos 7:51), cerrando de esta forma el pasaje de la verdad (Romanos 1:18). Como ya habíamos visto en el punto de la Expiación Limitada, Dios actúa para la salvación, pero el hombre se obstina en su condenación por recusarse a creer (Juan 3:36), con esto el hombre sella su propio veredicto: «Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos» (Juan 3:19). De manera que la Justificación, regeneración y nuevo nacimiento son actos exclusivos de Dios, y obra del Espíritu Santo por iniciativa de Dios. Curiosamente en el libro «Os Cinco Pontos do Calvinismo» en la página 57, el autor escribe «Debemos tener cuidado para no echarle la culpa a Dios por que las personas no acepten a Jesús como Salvador y Señor. Cuando el hombre manifiesta la fe salvífica es porque el Espíritu Santo obró en su corazón. Pero cuando el mismo oye el evangelio y no lo acepta, actúa consciente y deliberadamente. No lo acepta por su libre y espontánea voluntad (¡libre albedrío!)». Ésta declaración concuerda con todo lo que tengo escrito hasta ahora, ¿dónde queda entonces la elección incondicional, o la reprobación negativa directa?

Tenemos también la fe. Donde surge también la pregunta, ¿Es la fe divina o humana?

Antes de responder la pregunta, haré algunas observaciones. No hay duda de que quien cree no es Dios, sino, el hombre. Por lo tanto, la pregunta no es en ese sentido. También debemos entender que la fe, así como el arrepentimiento, es una actitud más que un acto, o sea, se cree porque se es creyente, como se peca por ser pecador, y no al contrario. La diferencia es; en cuanto ser pecador es congénito, ser creyente es otorgado por la gracia: nadie nace creyente, todos nacemos pecadores.

Hechas las observaciones, veremos entonces la respuesta, que en realidad depende del punto de vista respecto de cómo se sustente la conjugación de la gracia divina con la libertad humana. Los calvinistas, responden que, es Dios, con su gracia irresistible quien impulsa al sujeto a creer; los arminianos, dicen que, Dios les da a todos “gracia suficiente”, y depende del sujeto que se torne eficaz. El sujeto puede creer como no creer; de su «decisión» depende en última instancia salvarse o condenarse. Otro punto de vista es el de los amiraldianos, (que es donde se encaja mi punto de vista), entendemos que Dios, con su gracia resistible, capacita al sujeto para creer y le impulsa a ello, pero el hombre puede resistir esa gracia, entendiendo claro, que Dios es soberanamente poderoso para vencer cualquier resistencia del albedrío humano. Siendo así, no añade ningún tipo eficacia a la gracia de Dios; se limita solamente a darle abrigo creyendo, aunque puede también resistirla y continuar siendo incrédulo.

Los calvinistas usan como argumento Efesios 2:8 que dice: «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo (gr. dóron = favor) de Dios». Pero como comenta Francisco Lacueva sobre este versículo. «...el sentido de la frase no es ese, donde se lee “regalo de Dios” es en relación al complejo salvífico que contiene el versículo: la “salvación” como conjunto, en una palabra. Esto queda confirmado por el hecho de que, en efesios 2:8, “fe’’ no puede anteceder gramaticalmente a “esto”, pues en el original griego, toúto = esto, es de género neutro, en tanto que pístis = fe, es del género femenino.»

Ahora para entender mejor la cuestión de la gracia, los calvinistas identifican dos tipos de gracia; la gracia común, y la gracia especial. Wayne Grudem define la gracia común de la siguiente forma: «Es la gracia de Dios por la cual da a las personas innumerables bendiciones que son parte de la salvación». Como buen calvinista, Grudem ve ejemplos de esta gracia común en Hechos 14:16-17 y Romanos 1:21, y muchos otros. Él dice que la gracia común se diferencia de la gracia salvífica en base a sus resultados (no produce salvación), sus receptores (es dada tanto a creyentes como a incrédulos por igual) y su fuente (no fluye directamente de la obra redentora de Cristo). Grudem también cita a su favor Juan 1:9 «Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo.» Conectando este versículo al v.4 y v.5, así también con Juan 8:2 y 9:5, podemos ver claramente que hay una función sobrenatural de esta «luz». Pero si leemos Hechos 17:30 y 1 Timoteo 2:1-6, podremos deducir fácilmente que, si Dios desea sinceramente que todos los hombres tengan acceso a la salvación y que todos se arrepientan, es seguro que les proveerá los medios necesarios para que puedan obtener el resultado que Dios desea.
 
En cuanto a la gracia especial, Hughes, quien también es calvinista, la define así: «Es la gracia por la que Dios redime, santifica y glorifica a su pueblo». Todos los textos que los calvinistas utilizan a su favor, hacen referencia a un resultado eficaz de la gracia, como por ejemplo, 1 Corintios 15:10, 2 Corintios 5:18. Pero hacen omisión de los textos donde la gracia puede ser ineficaz o aun quedar apenas como suficiente, (como en 1 Timoteo 2:4 y 2 Pedro 3:9) o hacen «acrobacias» con explicaciones o inclusive añaden elementos anti-bíblicos. Además, los textos que ellos utilizan a su favor no dicen cómo esa gracia se tornó eficaz, si por una acción irresistible de Dios o por la cooperación del libre albedrío, por la cual el hombre podría haber resistido tal gracia. Esto nos lleva finalmente al punto en discusión.

¿El hombre puede resistir la gracia salvífica de Dios?

La respuesta a ésta pregunta, en la forma en que es formulada, es ¡Sí!

Sabemos que Dios puede vencer o quebrar cualquier tipo de resistencia que alguna criatura haga en contra de él, independiente si tal criatura es humana o angelical. Y en esto no hay dudas.

Y de la misma forma, sabemos que según la Biblia, el hombre caído solo puede por sí mismo, poner resistencia a la gracia. Si, acoge la gracia en vez de rechazarla, es (como vimos anteriormente) porque el Espíritu Santo le capacita e impulsa para que pueda cooperar en vez de resistir (vea Hechos 7:51; Romanos 2:4-5).

Pero también debemos reconocer como cierto, que, en principio, toda gracia de Dios es resistible, pues de forma contraria, eso significaría que la voluntad humana es forzada a rendirse al impulso de Dios, (lo cual va en contra del mismo carácter santo de Dios), o que el sujeto tiene perturbadas sus facultades normales.

Con lo que he descrito arriba, ya tenemos bastantes informaciones para entender o que escribiere a seguir como conclusión a este ponto. 

Por gracia suficiente (no gracia común), entiendo que todo el favor de Dios es suficiente para llevar al hombre a la conversión, o a la santificación respectivamente, pero no consigue, de hecho, tal efecto por causa de la resistencia del sujeto. Pero esto no sorprende a Dios ni frustra su divino plan, dado que, Dios por la presciencia de los futuribles, lo sabía desde toda Su eternidad. Lo que significa que, según puedo entender en las Sagradas Escrituras, no existe la gracia insuficiente, pues ésta va (como dije anteriormente) contra la santidad de Deus, quien, si fuera el caso, desearía el fin, pero no aportaría los medios.
Por gracia eficaz entiendo que todo el favor de Dios no es sólo suficiente para guiar al hombre a la conversión, o a la santificación respectivamente, pero también, de hecho, consigue el efecto, haciendo que el sujeto se rinda voluntariamente a la gracia. La eficacia de ésta gracia es eternamente anterior a la cooperación del libre albedrío, por la misma presciencia divina de los futuribles que mencione anteriormente.
Aunque, no por eso pierde el carácter de gracia resistible, que tenía al inicio, pues el previo conocimiento de los futuribles por parte de Dios sólo significa que, en un determinado cuadro de circunstancias, siempre posible, pero ahora actual gracias al decreto irrevocable de Dios, el libre albedrio de tal sujeto fue visto desde toda la eternidad cooperando voluntariamente con la gracia.

Observación: El tema del futurible puede resultar complicado para quien no está familiarizado con el asunto, aunque yo ya entendía su «funcionamiento», no tenía las herramientas para poder explicarlo de forma clara o hasta de una forma bíblica, pero el asunto quedó completamente claro después de leer una exposición de Francisco Lacueva, la cual transcribiré a seguir:

                (a)  1 Samuel 23:10-13. Saúl está persiguiendo a David, y éste va escondiéndose, pero le avisan que los filisteos atacan la ciudad de Queilá. Luego de consultar a Dios, efectúa una gran matanza en contra de los filisteos. «Cuando le contaron a Saúl que David había ido a Queilá» (v.7). Saúl entonces se preparó para ir a Queilá para matar a David y sus hombres, pero David supo que Saúl tramaba su destrucción (vv.8-9), David consulta a Dios por medio del efod del sumo sacerdote, haciéndole dos preguntas: « ¿Me entregarán los habitantes de esta ciudad en manos de Saúl? ¿Es verdad que Saúl vendrá, según me han dicho?». A estas dos preguntas Dios respondió de manera afirmativa (vv.10:12). «Entonces David y sus hombres, que eran como seiscientos, se fueron de Queilá y anduvieron de un lugar a otro. Cuando le contaron a Saúl que David se había ido de Queilá, decidió suspender la campaña». DIOS SABÍA CON CERTEZA LO QUE HUBIERA ACONTECIDO SI DAVID SE QUEDARA EN QUELÁ; PERO DAVID SALIÓ DE LA CIUDAD, Y SAÚL DEJÓ DE IR EN CONTRA DE ÉL. No aconteció, pero hubiera acontecido si...
 
               (b)  Mateo 11:20-24. El Señor Jesús dice que si hubiese hecho en Tiro y Sidón los milagros que hizo en Corazín y Betsaida, se habrían arrepentido con mucho lamento hace tiempo. Jesús lo sabe por su ciencia divina y lo afirma, siendo algo que no había acontecido ni iría a acontecer. Tratándose entonces de un «futurible», que entra de lleno en el ámbito de los objetos de la omnisciencia de Dios.

           La presciencia de Dios como acabamos de ver, hace parte de la omnisciencia de Dios, que es uno de sus atributos activos. De manera que negar ésta característica de Dios, sería mínimamente arriesgado. Además de eso, la importancia de la presciencia incluye elementos como la oración y previdencia de Dios.