viernes, 9 de septiembre de 2016

Depravación todal del hombre

          La depravación total es consecuencia de lo que comúnmente se conoce como «la caída del hombre». Pero creo que para que podamos entender mejor a lo que se refiere esta «caída», es necesario saber cómo era el hombre antes de la misma. En otras palabras, cómo era el hombre creado a la imagen y semejanza de Dios, pues de esta forma sabremos cuales eran los atributos o cualidades del hombre en la creación, y cuales aspectos fueron perdidos después de la caída.

          En Génesis 1:26 dice; «y dijo: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza…», las palabras tselem y d’muth son explicativas una de la otra. O sea, una imagen que se asemeja. La declaración que encontramos en las Escrituras quiere decir que el hombre en la creación era semejante a Dios. Esta semejanza consiste básicamente en los elementos que componen al hombre como ser. Así como Dios es Espíritu, el alma humana es un espíritu. Y los atributos esenciales del espíritu son; la razón, la consciencia y la voluntad. Un espíritu es un agente racional, moral y también un agente libre. Por lo tanto, al crear al hombre conforme a su imagen, Dios le dotó de aquellos atributos que pertenecen a Su propia naturaleza como espíritu. De esta forma, el hombre gana distinción entre todos los habitantes de este mundo, y es elevado incomparablemente por encima de ellos. Perteneciendo de esta forma al mismo orden de ser que Dios mismo, por ello le es posible tener comunión con su Creador. 

           En la imagen moral de Dios, o en la rectitud original, se incluye la perfecta harmonía y la debida subordinación de todo lo que constituye al hombre. Su razón estaba sujeta a Dios; su voluntad estaba sujeta a su razón; sus afectos y apetitos a su voluntad; el cuerpo era obediente del alma. No había ni rebeldía de la parte sensible de su naturaleza contra la racional, ni había cualquier tipo de desproporción entre ellas que necesitase ser controlada o equilibrada por medio de dones o influencia externas.

           Adán, luego de recibir el aliento de vida, tuvo conocimiento de sí mismo, era consciente de su propio ser, de sus habilidades y de su estado. Su mente estaba impregnada del conocimiento espiritual o divino, por cuanto conocía a Dios.

            Dios hizo un pacto con Adán, aun sin estar explícitamente en las Escrituras, es posible deducir el mismo de una forma clara. Dios le hizo una promesa a Adán que dependía de una condición, y determinó una pena o punición a la desobediencia. En las Escrituras tales elementos constituyen un pacto, pues consideramos el plan de salvación como un «Nuevo Pacto», que es nuevo, no sólo en relación al pacto realizado en el monte Sinaí, sino también un nuevo pacto en relación a todos los pactos legales. El pacto que Dios hizo con Adán, es denominado por muchos como «pacto de la vida» o «pacto de las obras», pues las obras eran la condición de la que dependía la promesa, y se diferencia del nuevo pacto, por medio del cual se promete vida bajo la condición de fe. 

           La pena por el quebrantamiento del pacto es la muerte. «…El día que de él comas, ciertamente morirás» (Génesis 2:17). Y esta muerte no es solamente en relación al cuerpo, pues considera también la muerte espiritual y eterna. Esto porque la sola separación del Dios de la Vida tiene como consecuencia inevitable e inmediata la muerte del alma, es decir, la pérdida de la vida espiritual, y una pecaminosidad y miseria sin fin. Por lo tanto, como consecuencia del pecado de Adán, el mismo pierde la imagen y el favor de Dios, y trae consigo la muerte espiritual y eterna, la muerte corpórea y todas las desgracias de esta vida. 

           Adán murió ciertamente el día en que comió del fruto prohibido. Y la pena no consistía en un castigo momentáneo, sino, en la permanente sujeción de todos los males. 

Entendemos por medio de las Escrituras, que la desobediencia de Adán y su punición recaen también en toda su descendencia, ya que todos los hombres están sujetos a enfermedades y a la muerte. Todos nacen en pecado, sin la imagen moral de Dios, pues como está escrito «Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron» (Romanos 5:12).

Podemos decir entonces que ¿el pacto que Dios hizo con Adán sigue en vigencia hasta el día de hoy? Debemos saber diferenciar las doctrinas de Pelagio y el semi-pelagianismo, del auténtico arminianismo. Pues las doctrinas pelagianas enseñan que todos los hombres llegan al mundo libre de pecado y libre de condenación. Aunque es verdad que, donde no hay pecado no hay condenación. Fue en este sentido que Pablo escribió: «pagará a cada uno según lo que merezcan sus obras» (Romanos 2:6). A los buenos les dará la vida eterna; a los malos ira e indignación. Con esto podemos entender que los principios eternos de justicia continúan en vigor. Si alguien se puede presentar al tribunal de Dios y comprobar que está libre de pecado, no será condenado. Pero la verdad es que en todo el mundo se encuentra maldad. El ser humano es una raza apostata. Los hombres están envueltos en las consecuencias naturales de la transgresión de Adán.

            Habiendo dicho, según me parece, ya lo necesario sobre este punto, concluiré entonces con lo que Jacobo Arminio, y los Remostrantes escribieron en relación a este punto:

«En su estado pecaminoso y caído, el hombre no es capaz de, y por sí mismo, querer siquiera pensar, querer o hacer lo que es, de hecho, bueno; antes es necesario que sea regenerado y renovado en su intelecto, afecciones o voluntad y en todas sus atribuciones, por Dios en Cristo a través del Espíritu Santo, para que sea capaz de correctamente comprender, estimar, considerar, desear y realizar lo que quiera que sea realmente bueno» (Las obras de Arminio).

«Que el hombre no posee por sí mismo gracia salvadora, ni las obras de su propia voluntad, de manera que, en su estado de apostasía y pecado para sí mismo y por sí mismo, no puede pensar en nada que sea bueno – nada, entendiendo, que sea verdaderamente bueno tal como la fe que salva antes de cualquier otra cosa. Pero que es necesario que, por Dios en Cristo a través de sus Espíritu Santo, sea generado de nuevo y renovado en entendimiento, afectos y voluntad y en todas sus facultades, para que sea capacitado a entender, pensar, querer y practicar lo que es verdaderamente bueno, según la Palabra de Dios» (Articulo III, Remostrantes).

           Concluimos por tanto que el hombre es completamente depravado y le es imposible salvarse por sí mismo. Y según lo que fue presentado, en nada discrepan las doctrinas de Arminio y Calvino en este punto. Sin embargo muchas personas confunden las doctrinas de Arminio con las doctrinas Semi-pelagianas, que dicen básicamente que el hombre no se encuentra totalmente caído, esta doctrina ya fue catalogada como herética y fue rechazada por varios sínodos.