La depravación total es consecuencia de lo que
comúnmente se conoce como «la caída del
hombre». Pero creo que para que podamos entender mejor a lo que se refiere
esta «caída», es necesario saber cómo
era el hombre antes de la misma. En otras palabras, cómo era el hombre creado a
la imagen y semejanza de Dios, pues de esta forma sabremos cuales eran los
atributos o cualidades del hombre en la creación, y cuales aspectos fueron
perdidos después de la caída.
En Génesis 1:26 dice; «y dijo: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza…»,
las palabras tselem y d’muth son explicativas una de la otra.
O sea, una imagen que se asemeja. La declaración que encontramos en las
Escrituras quiere decir que el hombre en la creación era semejante a Dios. Esta
semejanza consiste básicamente en los elementos que componen al hombre como
ser. Así como Dios es Espíritu, el alma humana es un espíritu. Y los atributos
esenciales del espíritu son; la razón, la consciencia y la voluntad. Un
espíritu es un agente racional, moral y también un agente libre. Por lo tanto,
al crear al hombre conforme a su imagen, Dios le dotó de aquellos atributos que
pertenecen a Su propia naturaleza como espíritu. De esta forma, el hombre gana
distinción entre todos los habitantes de este mundo, y es elevado
incomparablemente por encima de ellos. Perteneciendo de esta forma al mismo
orden de ser que Dios mismo, por ello le es posible tener comunión con su
Creador.
En la imagen moral de Dios, o en la rectitud original,
se incluye la perfecta harmonía y la debida subordinación de todo lo que
constituye al hombre. Su razón estaba sujeta a Dios; su voluntad estaba sujeta
a su razón; sus afectos y apetitos a su voluntad; el cuerpo era obediente del
alma. No había ni rebeldía de la parte sensible de su naturaleza contra la
racional, ni había cualquier tipo de desproporción entre ellas que necesitase
ser controlada o equilibrada por medio de dones o influencia externas.
Adán, luego de recibir el aliento de vida, tuvo
conocimiento de sí mismo, era consciente de su propio ser, de sus habilidades y
de su estado. Su mente estaba impregnada del conocimiento espiritual o divino,
por cuanto conocía a Dios.
Dios
hizo un pacto con Adán, aun sin estar explícitamente en las Escrituras, es
posible deducir el mismo de una forma clara. Dios le hizo una promesa a Adán
que dependía de una condición, y determinó una pena o punición a la desobediencia.
En las Escrituras tales elementos constituyen un pacto, pues consideramos el
plan de salvación como un «Nuevo Pacto», que es nuevo, no sólo en relación al
pacto realizado en el monte Sinaí, sino también un nuevo pacto en relación a
todos los pactos legales. El pacto que Dios hizo con Adán, es denominado por
muchos como «pacto de la vida» o «pacto de las obras», pues las obras eran la
condición de la que dependía la promesa, y se diferencia del nuevo pacto, por
medio del cual se promete vida bajo la condición de fe.
La pena por el quebrantamiento del pacto es la muerte.
«…El día que de él comas, ciertamente
morirás» (Génesis 2:17). Y esta muerte no es solamente en relación al
cuerpo, pues considera también la muerte espiritual y eterna. Esto porque la
sola separación del Dios de la Vida tiene como consecuencia inevitable e
inmediata la muerte del alma, es decir, la pérdida de la vida espiritual, y una
pecaminosidad y miseria sin fin. Por lo tanto, como consecuencia del pecado de
Adán, el mismo pierde la imagen y el favor de Dios, y trae consigo la muerte
espiritual y eterna, la muerte corpórea y todas las desgracias de esta vida.
Adán murió ciertamente el día en que comió del fruto
prohibido. Y la pena no consistía en un castigo momentáneo, sino, en la
permanente sujeción de todos los males.
Entendemos por
medio de las Escrituras, que la desobediencia de Adán y su punición recaen
también en toda su descendencia, ya que todos los hombres están sujetos a
enfermedades y a la muerte. Todos nacen en pecado, sin la imagen moral de Dios,
pues como está escrito «Por medio de un
solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la
muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron»
(Romanos 5:12).
Podemos decir
entonces que ¿el pacto que Dios hizo con Adán sigue en vigencia hasta el día de
hoy? Debemos saber diferenciar las doctrinas de Pelagio y el semi-pelagianismo,
del auténtico arminianismo. Pues las doctrinas pelagianas enseñan que todos los
hombres llegan al mundo libre de pecado y libre de condenación. Aunque es
verdad que, donde no hay pecado no hay condenación. Fue en este sentido que
Pablo escribió: «pagará a cada uno según
lo que merezcan sus obras» (Romanos 2:6). A los buenos les dará la vida
eterna; a los malos ira e indignación. Con esto podemos entender que los
principios eternos de justicia continúan en vigor. Si alguien se puede
presentar al tribunal de Dios y comprobar que está libre de pecado, no será
condenado. Pero la verdad es que en todo el mundo se encuentra maldad. El ser
humano es una raza apostata. Los hombres están envueltos en las consecuencias
naturales de la transgresión de Adán.
Habiendo
dicho, según me parece, ya lo necesario sobre este punto, concluiré entonces
con lo que Jacobo Arminio, y los Remostrantes escribieron en relación a este
punto:
«En su estado
pecaminoso y caído, el hombre no es capaz de, y por sí mismo, querer siquiera
pensar, querer o hacer lo que es, de hecho, bueno; antes es necesario que sea
regenerado y renovado en su intelecto, afecciones o voluntad y en todas sus
atribuciones, por Dios en Cristo a través del Espíritu Santo, para que sea
capaz de correctamente comprender, estimar, considerar, desear y realizar lo
que quiera que sea realmente bueno» (Las obras de
Arminio).
«Que el hombre
no posee por sí mismo gracia salvadora, ni las obras de su propia voluntad, de
manera que, en su estado de apostasía y pecado para sí mismo y por sí mismo, no
puede pensar en nada que sea bueno – nada, entendiendo, que sea verdaderamente
bueno tal como la fe que salva antes de cualquier otra cosa. Pero que es
necesario que, por Dios en Cristo a través de sus Espíritu Santo, sea generado
de nuevo y renovado en entendimiento, afectos y voluntad y en todas sus
facultades, para que sea capacitado a entender, pensar, querer y practicar lo
que es verdaderamente bueno, según la Palabra de Dios» (Articulo
III, Remostrantes).
Concluimos por tanto que el hombre es completamente
depravado y le es imposible salvarse por sí mismo. Y según lo que fue
presentado, en nada discrepan las doctrinas de Arminio y Calvino en este punto.
Sin embargo muchas personas confunden las doctrinas de Arminio con las
doctrinas Semi-pelagianas, que dicen básicamente que el hombre no se encuentra
totalmente caído, esta doctrina ya fue catalogada como herética y fue rechazada
por varios sínodos.