Me dirías
¿qué tipo de pregunta es esa?, pues bien la verdad en todos los años en la
época de pascua se recuerda la muerte y resurrección de Jesús, y muchos aún se
espantan de la manera en que Cristo murió. Pero si el mismo Cristo viniera en
nuestros días como lo hizo en aquel entonces muchos de nosotros haríamos
exactamente lo que las personas de aquel entonces hicieron. Sin duda ninguna
crucificaríamos y mataríamos a Jesús, a pesar de que muchos hoy en día dicen
que actuarían de manera diferente. Por tanto voy a hacer una pequeña
comparación con algunas personas de aquel entonces en nuestro tiempo y veremos
si usted se identifica con alguna de ellas.
En primer
lugar tenemos a Judas, el traidor. Hoy en día existen muchos Judas, en el medio
cristiano, ¿de qué manera los identificamos?, pues haciendo una simple
comparación con el Judas histórico. Judas caminó junto a Jesús, escuchó sus
enseñanzas, vivenció en su propia piel los milagros y el poder de Dios (Lc.
9:1-6). Pero en fondo siempre esperó que Jesús se levantara como el gran
mesías, que libertaría a los judíos de las garras del Imperio Romano.
De la misma
manera existen en nuestros días diversos Judas, que ven en los milagros y en el
poder manifiesto de Dios un medio para imponer sus ideales en algunos casos
moralistas o políticos, olvidándose que la obra redentora corresponde al Espíritu
Santo y no a poderes cedidos por el Gobierno o leyes de Estado. Son aquellos
que luchan por conseguir una distinción social y política, pensando que de esa
manera podrán establecer el Reino de Dios en la tierra, olvidando que Jesús
dijo “Mi reino no es de este mundo…”(Jn. 18:36). Son ellos los que con sus
actitudes y sus deseos equivocados crucifican a Jesús y el evangelio dejado por
él, olvidando que la salvación traída por el evangelio de la gracia es manifestada
por el Espíritu Santo, y es nuestro pasaporte al reino celestial, y no una
garantía de buena vida en la Tierra. Y éste es el Evangelio dejado por Jesús,
que todo aquel que en él cree no se pierde, mas tiene vida eterna (Jn.3:16).
Por tanto el verdadero discípulo de Jesús en nuestros tiempos está lejos de
tener una vida sosegada, sin conflictos, o menosprecios. Y no habrá ley que los
ampare, o los resguarde, pues los verdaderos discípulos confían y dependen de
la gracia de Dios y nada más.
Por otro
lado tenemos a la multitud, la multitud que se agolpó a la entrada de Jerusalén
y gritaba Hosanna al altísimo, y se regocijaban con la llegada de Jesús a la
ciudad. Multitud como los cinco mil que comieron los panes y los peces, que
oían las enseñanzas del maestro y le seguían en cuanto él saciaba sus
necesidades. La misma multitud que se agolpó para gritar ¡Crucifíquenle!
¡Mátenlo! ¡Suelten a Barrabás!.
Hoy en día
esta multitud son aquellos que se llaman cristianos y Evangélicos que domingo a
domingo asisten a la Iglesia, cantan loores al Altísimo, se regocijan junto a
los hermanos, oyen mensajes acerca del creador, conocen a Jesús y sus obras, en
algunos casos hasta han sido favorecidos por milagros. Pero al comenzar el día lunes son los
primeros en la fila a gritar ¡suelten a Barrabás!, Son aquellos que
menosprecian la Gracia soberana, y que por vergüenza, rebeldía, o falso
arrepentimiento, viven una vida lejos de la Verdad, olvidan los milagros y la
bendiciones de Dios para con sus vidas, y con sus actitudes pecaminosas se
mezclan entre la multitud dejándose influenciar por las corrientes de este
mundo. Éstos con sus vidas gritan con fuerte y alta voz, ¡Crucifíquenle!
A pesar de
que la mayoría de los cristianos de hoy en día se encajan en una de esas dos
definiciones, también existen hoy en día los Juan, que permanecieron y
permanecen a los pies de la cruz (Jn. 19:26), que arriesgan sus vidas por el
Maestro. Existen aún los ladrones que ven sus limitaciones e incapacidad de
salvarse a sí mismo y ven la Gracia soberana de Cristo el único camino a la
vida, confían en las simples palabras de Jesús que “ciertamente hoy estarás
conmigo en el Paraíso”(Lc.23; 40-43).
Vivamos
pues al Cristo resurrecto, anunciemos las buenas nuevas de salvación,
recordando que somos peregrinos en este mundo, que seremos afligidos y
aborrecidos por causa del Evangelio (Jn. 15:18-27, 16:1-4). Por tanto
permanezcamos en él como él permanece en nosotros, pues no fuimos nosotros
quien le escogimos antes él nos eligió (jn. 15:1-17).
Que la
Gracia y Paz de nuestro Dios esté con nosotros.