sábado, 19 de abril de 2014

¿Por qué aún crucificamos y matamos a Jesús?

    Me dirías ¿qué tipo de pregunta es esa?, pues bien la verdad en todos los años en la época de pascua se recuerda la muerte y resurrección de Jesús, y muchos aún se espantan de la manera en que Cristo murió. Pero si el mismo Cristo viniera en nuestros días como lo hizo en aquel entonces muchos de nosotros haríamos exactamente lo que las personas de aquel entonces hicieron. Sin duda ninguna crucificaríamos y mataríamos a Jesús, a pesar de que muchos hoy en día dicen que actuarían de manera diferente. Por tanto voy a hacer una pequeña comparación con algunas personas de aquel entonces en nuestro tiempo y veremos si usted se identifica con alguna de ellas.

    En primer lugar tenemos a Judas, el traidor. Hoy en día existen muchos Judas, en el medio cristiano, ¿de qué manera los identificamos?, pues haciendo una simple comparación con el Judas histórico. Judas caminó junto a Jesús, escuchó sus enseñanzas, vivenció en su propia piel los milagros y el poder de Dios (Lc. 9:1-6). Pero en fondo siempre esperó que Jesús se levantara como el gran mesías, que libertaría a los judíos de las garras del Imperio Romano.

    De la misma manera existen en nuestros días diversos Judas, que ven en los milagros y en el poder manifiesto de Dios un medio para imponer sus ideales en algunos casos moralistas o políticos, olvidándose que la obra redentora corresponde al Espíritu Santo y no a poderes cedidos por el Gobierno o leyes de Estado. Son aquellos que luchan por conseguir una distinción social y política, pensando que de esa manera podrán establecer el Reino de Dios en la tierra, olvidando que Jesús dijo “Mi reino no es de este mundo…”(Jn. 18:36). Son ellos los que con sus actitudes y sus deseos equivocados crucifican a Jesús y el evangelio dejado por él, olvidando que la salvación traída por el evangelio de la gracia es manifestada por el Espíritu Santo, y es nuestro pasaporte al reino celestial, y no una garantía de buena vida en la Tierra. Y éste es el Evangelio dejado por Jesús, que todo aquel que en él cree no se pierde, mas tiene vida eterna (Jn.3:16). Por tanto el verdadero discípulo de Jesús en nuestros tiempos está lejos de tener una vida sosegada, sin conflictos, o menosprecios. Y no habrá ley que los ampare, o los resguarde, pues los verdaderos discípulos confían y dependen de la gracia de Dios y nada más.

    Por otro lado tenemos a la multitud, la multitud que se agolpó a la entrada de Jerusalén y gritaba Hosanna al altísimo, y se regocijaban con la llegada de Jesús a la ciudad. Multitud como los cinco mil que comieron los panes y los peces, que oían las enseñanzas del maestro y le seguían en cuanto él saciaba sus necesidades. La misma multitud que se agolpó para gritar ¡Crucifíquenle! ¡Mátenlo! ¡Suelten a Barrabás!.
Hoy en día esta multitud son aquellos que se llaman cristianos y Evangélicos que domingo a domingo asisten a la Iglesia, cantan loores al Altísimo, se regocijan junto a los hermanos, oyen mensajes acerca del creador, conocen a Jesús y sus obras, en algunos casos hasta han sido favorecidos por milagros.  Pero al comenzar el día lunes son los primeros en la fila a gritar ¡suelten a Barrabás!, Son aquellos que menosprecian la Gracia soberana, y que por vergüenza, rebeldía, o falso arrepentimiento, viven una vida lejos de la Verdad, olvidan los milagros y la bendiciones de Dios para con sus vidas, y con sus actitudes pecaminosas se mezclan entre la multitud dejándose influenciar por las corrientes de este mundo. Éstos con sus vidas gritan con fuerte y alta voz, ¡Crucifíquenle!

    A pesar de que la mayoría de los cristianos de hoy en día se encajan en una de esas dos definiciones, también existen hoy en día los Juan, que permanecieron y permanecen a los pies de la cruz (Jn. 19:26), que arriesgan sus vidas por el Maestro. Existen aún los ladrones que ven sus limitaciones e incapacidad de salvarse a sí mismo y ven la Gracia soberana de Cristo el único camino a la vida, confían en las simples palabras de Jesús que “ciertamente hoy estarás conmigo en el Paraíso”(Lc.23; 40-43).

    Vivamos pues al Cristo resurrecto, anunciemos las buenas nuevas de salvación, recordando que somos peregrinos en este mundo, que seremos afligidos y aborrecidos por causa del Evangelio (Jn. 15:18-27, 16:1-4). Por tanto permanezcamos en él como él permanece en nosotros, pues no fuimos nosotros quien le escogimos antes él nos eligió (jn. 15:1-17).


Que la Gracia y Paz de nuestro Dios esté con nosotros.